¿Unen los hijos o separan?
La llegada de los hijos implica cambios profundos en la relación de pareja que a veces son difíciles de encajar. Pero incluso con menos tiempo y más responsabilidades -absorbidos por biberones, noches agotadoras o interminables rutas escolares-, es posible conservar la intimidad cómplice de los primeros meses de vida en común. ¡No te rindas!
Escribe: Vanesa Vancarbas
Los expertos en terapia de pareja no se andan con rodeos: el primer cambio profundo con el que se topa un matrimonio suele ser la llegada del primer hijo. Muchos padres concentran tanto su atención en el bebé, en el reparto de las tareas domésticas y en el esfuerzo económico que, poco a poco y sin apenas darse cuenta, van arrinconando sus mutuas demostraciones de ternura y pueden olvidarlas definitivamente por culpa de la rutina. Es lo que denominan una paternidad mal entendida.
Antes de la boda
“Estamos de acuerdo: queremos ser padres”
Reconócelo: ¿a veces no has evocado con cierta nostalgia los primeros meses de matrimonio, repletos de escapadas románticas, cenas a dúo, lecturas sosegadas, siestas placenteras y deliciosos momentos que nadie interrumpía con llantos o protestas? Pero bastó con abordar el tema —los hijos— para que saltaran las primeras chispas: él prefería esperar y tú querías preparar la canastilla. «El tema de los hijos siempre debe hablarse antes de casarse, es un punto fundamental, de cualquier matrimonio», afirma Lucila Andrés, psicóloga y directora de Grupo Luria. la psicoterapeuta Paloma Gascón se muestra igualmente tajante: «Hay que casarse con el hombre que a una le convenga, que quiera tener hijos si es nuestro caso y que esté dispuesto a responsabilizarse de lleno de su cuidado y educación».
Los expertos en relaciones conyugales también coinciden en señalar que un niño no deseado, considerado como un estorbo por alguna de las partes, puede complicar el matrimonio; aunque en cuanto asoma su cabeza en el paritorio, ese sentimiento suele transformarse en cariño. «Sin embargo, los matrimonios que no tienen hijos, por decisión de uno o ambos miembros de la pareja, se exponen a crisis como pareja y como individuos, generalmente al sobrevenir la madurez, cuando se comprende que los hijos constituyen algo natural y que llena de sentido la vida del hombre», confirma la psiquiatra María Dueñas.
Llega inesperadamente
“¿Cómo nos vamos a organizar?”
¿Pero qué sucede cuando a la pareja apenas le ha dado tiempo a asentarse —vive en una caja de cerillas o llega en números rojos a final de mes— y aparece un bebé de forma inesperada? A veces los niños no vienen con un pan debajo del brazo y la OCU cifra en cerca de 7 800 € el coste de su primer año de vida. «Ante una situación tan compleja es fundamental que los dos cónyuges se sientan escuchados en sus anhelos, temores y angustias, sin ser recriminados por el otro. También se deberán enfrentar a todos los cambios que va a suponer la llegada del nuevo miembro, teniendo en cuenta las necesidades y deseos individuales y las distintas responsabilidades a cumplir», explica la psicóloga Consuelo Aponte.
El primero
“¡No tengo tiempo para mi marido!”
«En cualquier caso, un hijo deseado no garantiza la felicidad de la pareja», advierte Paloma Gascón. «A los maridos les afecta mucho, a veces se sienten desplazados. En una primera etapa, las mujeres se concentran especialmente en los hijos. Criarlos es una tarea lo suficientemente importante como para que sea prioritario. Si ellos no son capaces de verlo y asumirlo con la misma intensidad es cuando aparecen los problemas». Lucila Andrés también ha comprobado que «muchos padres ven a su hijo como a un rival que les quita afecto y que añade descontrol a su hogar». A su juicio, la solución está en integrar al hijo en la vida de la pareja y no en transformar su vida en función del hijo.
En la práctica, este enfoque se concentra en crear rutinas lo más estrictas posibles —de horarios, orden, ayuda doméstica…— y simplificarse la vida para sacar tiempo de evasión conjunta. «Las madres se ponen el listón demasiado alto. Tener todo perfecto y siempre bajo control, crea mucha ansiedad. Hay que tener claras las prioridades: más vale hacer una cena sencilla y poder ver una película interesante mano a mano», aconseja Lucila Andrés.
En La agitada vida de la elasticwoman, la doctora Elena Arnedo indica igualmente: «no se puede ser la mejor trabajadora y, de paso, ama de casa irreprochable y esposa y madre perfecta. Hay que superar la rigidez con la que a veces se toma la vida. Tenemos que tener más sentido del humor, soltar cuerda cuando es necesario».
Tareas y decisiones
“Yo le baño y tú le acuestas”
Según un reciente estudio realizado por la consultora ArcoCreade y la escuela de negocios Esade, un 48 por ciento de los 196 ejecutivos españoles de 35 años de edad de media encuestados aceptaría trabajar a tiempo parcial para conseguir un mejor equilibrio entre la vida familiar y profesional. El estudio asegura, incluso, que el 58 por ciento de los encuestados estaría dispuesto a ralentizar su carrera durante un tiempo por este motivo. «Afortunadamente, la visión de la paternidad está cambiando. Un proyecto común de gran calado, como es el libre compromiso a criar y educar a un nuevo ser, une mucho. El hijo se vive con mayor ilusión cuando hay un reparto de tareas planificado, asumiendo que requiere un esfuerzo y dedicación continuos. Por el contrario, la sobrecarga de trabajo, responsabilidades y preocupaciones en la mujer crea multitud de tensiones», señala Paloma Gascón.
«Al niño le viene muy bien estar a la vez con los padres. Y, si hay que pactar algo, debe hacerse en la intimidad, no haciendo nunca de ello una batalla pública. Es una pena ponerse a reivindicar algo en horas de convivencia familiar», matiza Lucila Andrés. Asimismo, los padres deben llegar a acuerdos —a puerta cerrada— sobre las decisiones de todo tipo que afectan a los hijos: pedir una jornada laboral reducida, colegio a elegir, horarios de salidas, castigos… «En una pareja bien fundamentada, que se conoce, con una visión igualitaria del papel de cada uno, no se producen conflictos por este tema», confirma Paloma Gascón, mientras que Lucila Andrés recalca que «los problemas aparecen si las decisiones sobre los hijos se plantean como una batalla de poder, cuando no se piensa en el bien común, no se dialoga o no se confía en el otro».
Hijos problemáticos
“Lo resolveremos juntos”
Un problema importante de un hijo —fracaso escolar, enfermedad seria, adolescente agresivo…— muchas veces une y otras separa, afirman los psicólogos clínicos. «Muchos matrimonios están cogidos con alfileres. Entonces, si no hay una fuerte unión entre ellos, tienden a escurrir el bulto o a echarse respectivamente la culpa. También hay que tener en cuenta que a veces se tienen diferentes formas de contemplar un problema», explica Paloma Gascón. «La paternidad es un test que nos pone la vida, es donde se ve la capacidad de entrega de cada uno, de generosidad, de emotividad, de toma de decisiones… Las personas inmaduras utilizan el ataque como arma defensiva. En estos casos, hay que hacer un esfuerzo por retomar las responsabilidades y buscar soluciones conjuntas», opina Lucila Andrés.
Aunque durante mucho tiempo se ha creído que un hijo problemático era una dificultad añadida a la vida de pareja, diversos estudios han puesto de relieve que las cifras de separaciones no son mayores que en otros grupos de población. Lo que sí es cierto es que el estrés de estos padres es mayor y que aumenta mientras el hijo crece o cuanto más grave es el problema. Repartir las tareas entre los miembros de la familia suele ser la estrategia más utilizada para llevar mejor la situación, junto al contacto con otras familias que vivan situaciones parecidas. También resulta fundamental plantear desde el principio la necesidad de conseguir un tiempo para el descanso y el ocio de ambos.
Presiones externas
“¡No se hunde el mundo!”
A los cambios o problemas objetivos —que nunca conviene dramatizar— se añaden además algunos factores externos que pueden inquietar al matrimonio. Curiosamente, frente a otros países eurpeos (los nórdicos, Alemania, Francia…) en España tener hijos sigue requiriendo un esfuerzo casi sobrehumano. A muchas mujeres les tiemblan las piernas cuando tienen que anunciar la noticia en la oficina —saben que puede estar en riesgo su carrera profesional—, reciben lacónicas felicitaciones por parte de familiares, sus mejores amigas las observan horrorizadas —«¡ya no vas a poder jugar al pádel!»— y soportan estoicamente comentarios impertinentes mientras rebuscan sin mucho éxito algún tipo de ayuda estatal.
Para la psiquiatra María Dueñas, «en una sociedad tan influida por el confort, el culto al cuerpo y el materialismo, los padres parecen sentir menos deseos de sacrificar algunas cosas para poder criar y educar al nuevo hijo. Un embarazo implica apostar por algo, creer en algo desconocido y esto no encuadra dentro de la actual mentalidad tecnificada y eminentemente práctica. Además, cada vez hay menos niños, pero éstos se cuidan con un exagerado afán de sobreprotección, lo que no favorece el adecuado desarrollo de su personalidad».
Afortunadamente, siempre hay algún poeta anónimo capaz de dejar entrever la grandeza de la paternidad: «Un niño es la verdad con la cara sucia, la belleza con el corte en el dedo, la sabiduría con un chicle en el pelo y la esperanza del futuro con una rana en el bolsillo. Un niño es una criatura mágica. Puedes cerrarle la puerta de tu habitación, pero no la de tu corazón. Puedes sacarle de tu despacho, pero no de tu mente. Mejor ríndete: es tu amo, tu carcelero, tu jefe y tu maestro. Pero cuando regreses a casa con tus sueños y esperanzas hechas trizas, él las dejará como nuevas con una simple sonrisa».
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