La condesa vampiro
Todo aquel que sienta interés por el fenómeno del vampirismo tiene un referente incontestable, un personaje que aparece en las crónicas húngaras del siglo XVI, una mujer bella, rica y noble, que no puede dejar a nadie indiferente: la condesa Elisabeth Bathory, encarnación de lo que se ha dado en llamar “vampiros humanos”.
La condesa Bathory nació en 1560 en una familia de sangre real en la que abundaban príncipes como su padre, Segismundo Bathory, príncipe de Transilvania, un tío que fue rey de Polonia, varios gobernadores de provincias, altos magistrados, obispos y un cardenal. Esta familia descendía, probablemente, de los hunos llegados de las estepas de Asia Central, que conquistaron a sangre y fuego extensos territorios en el este de Europa.
En estas tierras cruzadas por diversos pueblos que aportaron su cultura, religión y sus costumbres paganas, vivió la condesa Bathory, la “sangrienta”. No es posible ignorar la terrible herencia de sangre y crueldad legada por sus ancestros, así como las costumbres disipadas y el derecho de vida y muerte de los nobles sobre sus súbditos, que Elisabeth Bathory ejerció hasta extremos inconcebibles.
Uno de sus hermanos era un depravado para el cual todo era aprovechable, desde su joven hija hasta las más expertas y maduras cortesanas. Su tía Klara Bathory, dama de honor en la corte de Hungría, que dicen fue quien la introdujo en su círculo homosexual, era personaje habitual de la crónica escandalosa por su tendencia a pervertir jóvenes doncellas. Su nodriza, personaje perverso e inquietante, que se convertiría en su alma negra, practicaba la magia negra y los sortilegios más perversos y tuvo una influencia decisiva en el carácter y sentimientos de Elisabeth.
El retrato que de ella se conserva y los testimonios de la época, nos la muestran como una mujer bellísima, según los cánones de entonces, con unos grandes y rasgados ojos negros de inquietante expresión, frente amplia, boca carnosa y sensual, piel alabastrina y mentón firme y voluntarioso. En su niñez padeció terribles dolores de cabeza que la dejaban inconsciente, así como crisis de histerismo, que se achacaban a posesión demoníaca.
A los 14 años ya está prometida al conde Ferencz Nadasdy, perteneciente a una de las mejores familias de Hungría, con el cual se casa al año siguiente, el 8 de mayo de 1575, en el castillo de Csepthe, en Nyctra, región húngara famosa por sus viñedos y sus tradiciones pobladas de fantasmas, vampiros y duendes con forma de lobos.
El abandono de su marido, que parte a la guerra contra los serbios, y su soledad, la conducen a una relación con su primo, el conde Thurzo, futuro primer ministro de Hungría, que será en el futuro su más severo juez. En 1604, al quedar viuda, Elisabeth Bathory da comienzo a su particular “leyenda negra”.
Un día, mientras su doncella cepilla su larga cabellera le da un tirón al que la condesa responde con una violenta bofetada que hace sangrar por la nariz a la muchacha; la condesa observa que la zona de su mano que ha quedado manchada de sangre está mucho más blanca y suave que el resto; intrigada, manda matar a la doncella y lava su cara con la sangre que le ha sido extraída, observando como su piel parece resplandecer bajo su sangrienta máscara, lo que le hace pensar que ha encontrado la forma de conservarse eternamente bella y joven.
Durante 10 años, la condesa Bathory, acompañada siempre de su nodriza Ilona y de su sirvienta Dorottya, rapta y asesina decenas de niñas y jóvenes vírgenes, a las cuales extrae la sangre con diversos y crueles procedimientos: unas veces abriendoles las venas y otras a mordiscos en el cuello, al más típico estilo vampiresco, con objeto de llenar el baño donde podrá cuidar y mantener su piel. Los cuerpos sin vida son enterrados en el castillo o, cuando el número comienza a aumentar, son simplemente dejados a la intemperie como pasto de las alimañas.
Son estos cadáveres los que despiertan las iras de las gentes del lugar, ya recelosas y atemorizadas por el gran número de inexplicables desapariciones de jóvenes que se sucedían durante años, y provocan una auténtica sublevación de los campesinos, que llega a la corte y obliga a la intervención del rey Matias, el cual encarga al conde Thurzo, pariente y ex amante de la Bathory, una exhaustiva investigación.
Los horrorizados soldados que penetran en el castillo encuentran más de 50 cadáveres de jóvenes muertas y desangradas y en los sótanos del castillo niñas de corta edad y jóvenes con vida, a pesar de haber sido frecuentemente sangradas. La condesa es detenida en medio de una de sus sangrientas orgías junto con su corte de brujas y hechiceros.
Se calcula que más de 600 jóvenes murieron victimas de la locura de la condesa en los diez años que duró su actividad delictiva. Su rango y poder no la libraron de ser juzgada y condenada a una muerte horrible: se la confinó en su dormitorio, siendo tapiadas puertas y ventanas dejando solamente una abertura por donde se la introducía algo de comida y agua. Murió a los cuatro años de cautiverio, sin haber pronunciado una sola palabra en su defensa.
Redacción Todo Ocio
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